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domingo, 9 de febrero de 2014

El hombre que importaba guantes sin pagar impuestos.

A comienzos del siglo XX, los guantes eran parte indispensable de la indumentaria de toda dama que se respetara como tal. Y de muchos caballeros también, por supuesto. Después llegó la Primera Guerra Mundial y la industria guantera, así como muchas otras cosas, saltó hecha trizas. A finales del siglo, Estados Unidos tenía una próspera industria guantera, auspiciada por sobre todo gracias a una generosa política de aranceles que impedía la competencia por parte de esos mugrosos extranjeros que tratan de reventar nuestra industria nacional en vez de asumir las políticas de liberalismo arancelario tan queridas por el (entonces todavía inexistente, claro) Fondo Monetario Internacional. Pero claro, siempre hay negocio para los guantes importados así como para la cerveza importada porque el logotipo "importado" llama la atención de todo el mundo. La cuestión entonces era descubrir el truquito de cómo meter guantes importados a Estados Unidos haciendo malabares para rebajar o capear el arancel.

Y un vendedor llamado Samuel Goldfish, que trabajaba como agente de ventas para una empresa llamada Elit Glove Company, descubrió el truco. Uno que para remate era perfectamente legal, si bien aunque sea por un tecnicismo burro (eso, y que nadie le descubriera haciendo la maniobra, claro). La cosa era que el pago del arancel debía efectuarse a la hora de retirar el producto importado. Por lo tanto, ése era el paso que debía evadir. Por suerte para él, eran guantes...

El truco al que recurría Samuel Goldfish, era encargar guantes de Francia de la mejor calidad, en pedidos abundantes para la reventa. Pero a la hora de embarcarlos, pedía que los embarcaran en dos pedidos, que debían ser enviados a direcciones distintas, y a dos puertos distintos. Y aquí viene lo realmente bueno. Un pedido contenía todos los guantes DE LA MANO IZQUIERDA, y el otro pedido contenía todos los guantes DE LA MANO DERECHA. Cuando los pedidos arribaban a los puertos... Samuel Goldfish no los retiraba. En vez de eso, se ponía a esperar. Más tarde o más temprano, los pedidos salían a remate por parte de la aduana, en calidad de mercadería no retirada. Podemos imaginar la cara del martillero al anunciar "un hermoso centenar de guantes de la mano derecha", y empezar la puja. ¿Y quién iba a pujar por guantes de la mano derecha, si no tenía los guantes de la mano izquierda para emparejarlos...? Pues... Samuel Goldfish, que sabía bien a las claras DÓNDE encontrar sus respectivas parejas. Y al no haber puja, se adjudicaba los guantes a precio irrisorio, los emparejaba después, y los revendía como guantes importados y de alta calidad a precios menores que la competencia. Y como puede observarse, todos los pasos del procedimiento son perfectamente legales: la verdadera ilegalidad estaba en la intención, en la totalidad de los pasos combinados para producir como resultado la defraudación del fisco. Si el IRS (la oficina de impuestos de Estados Unidos) no llegaba a enterarse, algo fácil considerando que en esa época no había computadores entrelazando información financiera sensible, la triquiñuela pasaba perfectamente desapercibida.

Quizás a usted el nombre de Samuel Goldfish no le diga absolutamente nada. Por una buena razón. Nació Schmuel Gelbfisz, y era un judío de Varsovia que emigró en busca del American Dream. En 1913, el Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson introdujo una brusca rebaja en los aranceles aduaneros, y el truco de Goldfish perdió sentido. Abandonó entonces la industria guantera, y se marchó a Hollywood. En donde es mejor conocido con el último de los varios nombres que adoptó, Samuel Goldwyn, uno de los fundadores de los Estudios Metro Goldwyn Meyer.

3 comentarios:

  1. Se cuenta una historia similar sobre Juan March importando zapatos en plena autarquía franquista.

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  2. Hay cabezas que no dejan de idear como eludir el pago de impuestos. Incluso hoy día.
    Curiosa historia.
    Un saludo.

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